Merced

En los albores del siglo XIII, la península ibérica se encontraba sumida en una cruenta guerra entre religiones. En este contexto de sufrimiento, Pedro Nolasco, mercader afincado en la ciudad Condal, descubre en sus viajes, la dura realidad de la cautividad de personas cristianas en manos de musulmanes. Se encuentra con el dolor, la desesperanza, la soledad… al ser humano se le ha quitado su bien más preciado: la libertad, la dignidad de hijo de Dios. 

San Pedro Nolasco, atento a los signos de los tiempos, descubre el paso de Dios entre los grilletes y se siente llamado a dar una respuesta ante aquella realidad inhumana. Los rostros de aquellos hombres cautivos son página de evangelio e interpelan su vida y no le dejan indiferente.

Nolasco vende sus bienes y comienza a recaudar limosna para “comprar” la libertad de aquellos hermanos en la fe que sufren cautiverio. Todo le parece poco. Las monedas se acaban y se siente desbordado por tan grande misión. Se siente alentado y sostenido por la Virgen. Descubre en María la Merced de Dios y siente que aún tiene una moneda para la redención: su propia vida. Fortalecido, funda una familia religiosa para la redención de los cristianos cautivos. Y así, según cuenta nuestra tradición, el 10 de agosto de 1218, en la catedral de Barcelona, Pedro Nolasco pone en manos de la Virgen esta obra de misericordia y comienza esta parábola de liberación. Una vida arraigada en la experiencia del Dios de la Misericordia, hace que los mercedarios se consagren a Dios por un 4º voto especial: dar la vida como rehenes si el dinero no fuera suficiente para la libertad. Así nos lo recuerda el inicio de las primeras constituciones: dispuestos alegremente a dar la vida.

Hoy, la Familia Mercedaria, religiosos y laicos, herederos del sueño liberador de Nolasco, descubrimos el soplo del Espíritu que nos unge y nos urge a anunciar la Buena Nueva de liberación a la humanidad. Compartiendo nuestra vida en pequeñas comunidades de fe nos sentimos llamados a comunicar a otros la fuerza liberadora que ha supuesto, para cada uno de nosotros, Jesús de Nazaret. Una opción de vida que nos invita a tener bien abiertos nuestros oídos para escuchar en el grito desgarrador de las personas privadas de libertad, el susurro misericordioso de Dios.

 

Atentos a los signos de los tiempos, actualizamos nuestro carisma en toda aquella situación que es opresora para la persona y su dignidad y opuesta a los valores del Evangelio. Actualmente, nuestras búsquedas y opciones de encarnación de nuestro carisma se concretan en:

La educación en la fe y el acompañamiento de la juventud en clave liberadora, apostando por una Escuela Liberadora.

  • La animación de comunidades cristianas en parroquias al servicio de nuestra Iglesia, favoreciendo el encuentro liberador con Jesús.
  • La acogida y acompañamiento a personas migrantes en situación de vulnerabilidad social para su inclusión en nuestra sociedad: Fundación La Merced Migraciones.
  • La visita y acompañamiento a personas privadas de libertad en prisión, posibilitando desatar procesos de reconciliación con uno mismo y con la sociedad.
  • El anuncio del Evangelio y la promoción humana en tierras de misión. Nuestra Provincia Mercedaria de Castilla se hace presente en Camerún (Proyecto de Apadrinamiento, Sanidad y Prisiones), República Dominicana (Fundación La Merced lucha contra la explotación infantil) y Puerto Rico (acompañamiento a la mujer, víctima de violencia).

 Estamos distribuidos en 24 comunidades, compartiendo nuestra consagración mercedaria al servicio del pueblo de Dios.

Puedes conocernos un poco más en nuestra web:

www.mercedarios.net

 

Venerar a la Virgen, bajo el título de la Merced, es lo mismo que recurrir a ella como madre de misericordia a favor de aquellos que son los más marginados de la sociedad. “Merced” en la edad media es sinónimo de misericordia, piedad o compasión, ejercida para con aquellos que se hallan privados de libertad y en peligro de perder su fe cristiana. La misericordia mercedaria es efectiva y afectiva, no humilla a la persona, sino, por el contrario la redime y libera, la dignifica. De esta misericordia está necesitado el mundo actual.